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8 de junio de 2013

ASÍ CONOCÍ A LUCIA - 7. El Tango No se baila Solo

Se despertó sobresaltada, su propio grito le hizo salir de ese sueño inquieto que no era más que el reflejo del recuerdo de una época de su vida que había marcado su futuro.

"¡Samuel, para ya!" 
"¿Qué pasa?!"
"Perdona... estaba soñando..."

Al día siguiente, sin que yo preguntara, Lucía me contó su sueño. Como para quitarle importancia, como para que no me preocupase. Como una anécdota, una mala pasada de su subconsciente.

Detrás de esa realidad onírica se escondía otra realidad: Lucía no era capaz de recordar ningún momento plenamente feliz de aquel tiempo, salvo ese beso robado en su nuca despejada con un moño, en un supermercado de alguna ciudad de algún punto de la península. 

Nadie lo diría y es más, creo que nadie le daría la razón, pero Lucía sentía que no era "amable" a largo plazo. Alguien se lo repitió tantas veces, más por pasiva que por activa, que finalmente acabó creyéndoselo. 
Lucía no temía el desenlace, temía el recorrido.

Estar a su lado era como un baile: un paso adelante, dos pasos atrás... Con música pero a otro ritmo.

"Ya sabes, para bailar el tango se necesitan dos... Para dejar de bailar con uno basta".


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