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11 de mayo de 2013

Prejuicios

Una vez hace ya algunos años, uno de mis hijos llegó de la escuela transmitiendo pestes sobre lo insoportables que le habían resultado sus últimos contrincantes en una liguilla de futbol escolar. 
Que si eran unos pijos, que si su uniforme era "tan uniformado", que si el pelo, que si... en fin no se libraron ni los padres que estaban animando el encuentro. Los padres de "los otros", claro.
Yo le escuchaba mordiéndome la lengua a ratos, lo que quería decirle sabía que podía hacer explotar una ira aún mayor pero a la vez creía que tenía que encontrar la manera de decirle lo que le quería decir de forma que, al menos, le hiciera reflexionar. En una de éstas pensé que quizás si lo hacía en modo pregunta no pensaría de entrada que estaba defendiendo lo indefendible (para él) y tal vez conseguiría que esa furia se diluyera. 
"Hijo, dime una cosa ¿tu enfado es porque realmente eran unos imbéciles o porque de alguna manera sientes cierta envidia por lo que aparentan y porque disponen de cosas a las que tu no tienes acceso?". 
La respuesta automática fue un no rotundo a la segunda opción, pero al poco se fue calmando y empezó a contemplar la posibilidad, y a manifestarlo, de que seguramente no todos esos chicos "ricos" fuesen unos gilipollas y que porqué no, a unas deportivas como esas no le haría ningún asco (...tonto no es,...mi hijo).

Tendemos a prejuiciar aquello que es diferente a nosotros unas veces idealizándolo y otras denostándolo.

Simplemente llevamos otro uniforme y gilipollas hay en todas partes.

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