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2 de marzo de 2013

Las Cosas Por Su Nombre

A veces aunque uno no quiera, aunque intente utilizar los términos más precisos, aunque trate de eludir palabras dolorosas, aunque piense que ojalá se las pudiera haber ahorrado, a veces no puede evitar herir.

Llamar a las cosas por su nombre tiene un riesgo, pero creo que ese riesgo vale la pena correrlo. Puede que las consecuencias rompan definitivamente algo pero también puede que creen un lazo mucho más sólido.
Yo me he encontrado con ambas situaciones y en ambas posiciones. Porque sí, porque también a veces aunque hayan intentado decirme las cosas de la mejor manera posible, cuando me han dicho algunas cosas por su nombre, no han podido evitar herirme.

Un silencio da pié a una interpretación, siempre te queda el recurso de inventarte la respuesta que más te convenga: para crearte expectativas falsas, para darte argumentos para enfadarte, para justificar... 
A veces es igual de duro tener que decir las cosas por su nombre como escucharlas porque insistir para que te entiendan y a la vez intentar no herir tiene un límite y al final acabas hiriendo y eso es justamente lo que querías evitar. Si te dicen las cosas por su nombre, no insistas.

Pero también es verdad que decir las cosas por su nombre y escuchar el nombre que les ha puesto el otro, ayuda a entender. Y a rectificar.
Y eso, cuando pasa, une.

1 comentario:

  1. Absolutamente de acuerdo, Helena.
    A las cosas hay que llamarlas por su nombre.
    Y es verdad, a veces duelen, pero también conocerás aquello que la letra con sangre entra (o algo parecido).
    Y también te acordarás de los que nos decían nuestras mamás cuando nos hacíamos una pequeña herida: si pica es que cura, y también es verdad!!!
    Un besazo para mi morena de la serra.

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